Varias pandemias han tenido lugar a lo largo de la historia de la humanidad; la peste negra, en la Edad Media, fue una de ellas. Sin embargo, estamos atravesando situaciones que las poblaciones humanas jamás habían atravesado. Nunca antes se había vivido en estado de cuarentena global, por un lado, sumado al acceso de lo que sucede en diferentes lugares del mundo en tiempo real. Gran parte de la humanidad experimenta o experimentó algún modo de confinamiento; y cuestiones que jamás imaginamos, hoy se vuelven cotidianas. Han surgido necesidades y problemáticas que no existían previamente, así como nuevos modos de ver y proceder.
La ciencia y la tecnología están en el centro de la escena, y en gran medida, su entendimiento e interpretación adecuada influencia sobre el curso de los acontecimientos. Y es aquí donde la situación se vuelve compleja. Por eso, no solo como ciudadanos y docentes en ejercicio, sino, sobre todo, como personas empáticas, considero importante que podamos, desde nuestro lugar, aportar un granito de arena para mejorar, cambiar o modificar algo. Allí se aloja mi esperanza.
En este sentido, como divulgadora y educadora en Ciencias quiero compartir un puñado de notas, de parte de lo que pude, al día de hoy, reflexionar, rescatar y considero importante enfatizar, desde el punto de vista educativo. ¿Qué aportes podemos hacer como educadores? Tenemos la opción de seguir enseñando matemática, física, biología, química, entre otras disciplinas, como siempre lo hicimos (aunque hayamos migrado a la virtualidad), o podemos hacer pequeños ajustes. Virar hacia una perspectiva más constructiva, analítica, crítica, reflexiva, humana… pero, sobre todo, que sume sentido, para que cuando nuestros estudiantes, que en futuro que siempre nos cuesta imaginar, sean adultos, puedan tener herramientas para evitar o enfrentar de mejor manera situaciones como las que estamos viviendo.

Exceso de información y su fiabilidad
Constantemente se habla de virus, vacunas, experimentos, gráficos, desarrollos… Cómo se gestione o no la información acerca de estos temas depende no solo de los medios de comunicación sino de las herramientas de pensamiento que dispongan los diversos interlocutores para procesar esa información.
Hoy la sociedad está sobrecargada de información, y la mayoría de las personas son incapaces de distinguir entre aquella que resulta confiable y cuál no. El fenómeno conocido como infodemia, oficializado por la OMS para referirse a la epidemia de información, es un factor fundamental y complejo a considerar. El término hace referencia a la presencia de una cantidad excesiva de información ‒en algunos casos correcta, en otros no‒ que dificulta que las personas encuentren fuentes confiables y orientación fidedigna cuando las necesitan. En esta situación aparecen en escena la desinformación (información falsa o incorrecta con el propósito deliberado de engañar) y los rumores, junto con la manipulación de la información con intenciones dudosas. Este fenómeno se amplifica mediante las redes sociales, propagándose más lejos y más rápido, como un virus.
Si bien en la actualidad el origen del virus y la consecuente pandemia no están del todo claros, lejos están de haber sido causados por desinformación o negación sobre la eficacia de las vacunas. Sin embargo, ambos fenómenos resultan y resultarán un enorme obstáculo para cualquier tipo de gestión en salud pública, tanto local como a nivel mundial.
En el año 2018, en un artículo de la revista Nature, la antropóloga inglesa Heidi Larson, hacía referencia a ello. Mencionaba que “la avalancha de información contradictoria, desinformación e información manipulada en las redes sociales debía reconocerse como una amenaza mundial para la salud pública. Además, advertía que ninguna estrategia funciona para todos los tipos de desinformación, particularmente entre aquellos que ya son escépticos”. Y puntualizaba que “los materiales y recursos educativos son importantes, pero limitados”, por un lado, y, por otra parte, que los recursos comunicacionales, “muchas veces elaboran mensajes basados en lo que quieren promover, sin abordar las percepciones existentes”.
Y no solo nos invade el exceso de información, la posverdad también juega un rol allí. Según lo explica la Dra. Guadalupe Nogués, autora de un libro sobre el tema y cuya lectura recomiendo, “la posverdad es esa situación en la que se adoptan posturas basándose en creencias, emociones o lo que dice nuestro grupo de pertenencia, y se hacen a un lado los hechos, la información”. En el libro remarca que la posverdad es un importante y urgente problema de salud pública. Además, explica que si bien podemos pensar que no existe una única verdad y que todo es una construcción, lo importante es acordar que “existe una realidad, independiente de nosotros, y que podemos acceder a ella con mayor o menor grado de dificultad”. Entonces, la verdad pasa a ser una cuestión práctica: aquello que podemos comprobar a través de nuestras herramientas (imperfectas) con las que conocemos la realidad. Y si bien aclara que “la ciencia no es suficiente para salvarnos de la posverdad, la metodología que la ciencia tiene para responder preguntas nos sirve para dilucidad qué es verdadero y qué no”. Ver aporte 2.
1 ¿Qué podemos aportar en este sentido? Es fundamental ser conscientes de que todo esto está teniendo lugar mientras los profes enseñamos conceptos y asignamos tareas bajo la premisa de “investigar sobre algo”. Por ello es primordial que enseñemos a los estudiantes a investigar, a diferenciar fuentes, pero, sobre todo, dejándoles en claro que investigar no es “buscar en internet”. La búsqueda en internet es una herramienta más y, sin dudas, el primer paso de una investigación. Como menciona la Dra. Inés Dussel, pedagoga argentina y especialista en educación y medios digitales, “habría que revisar la idea que la información es equiparable al conocimiento y que, a la hora de investigar, alcanza solo con buscar en internet y lograr una distancia crítica respecto a lo que nos ofrece y permite ver. (…) Existe un desplazamiento de la idea de investigar a buscar en internet delegando en los buscadores, Google, sobre todo, una jerarquía de la información”. Por un lado, el buscador organiza la información según sus algoritmos particulares y por otro, que esté en primer o segundo lugar no tiene nada que ver con la fiabilidad de dicha información. Eso, la mayoría de nuestros estudiantes, lo desconocen y es esencial que se lo expliquemos.
Educación STEM
Vivimos en un contexto en el que sobra información y faltan marcos conceptuales para interpretar esa información. Aprender ciencias, entonces, ayuda a poder darle sentido al mundo que nos rodea a través de ideas y explicaciones conectadas entre sí. Y es aquí donde surge la importancia de la educación STEM que es el acrónimo de los términos en inglés Science, Technology, Engineering and Mathematics por sus siglas en inglés, es decir, ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Si bien podríamos obviar las ingenierías, el resto de ellas no dejan de tener protagonismo diario en esta pandemia. Pero aquí es donde hay que sumar un punto más de complejidad a la situación. Según la mayor encuesta realizada en España sobre Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología, la educación científica está en apuros y los datos dan cuenta de la magnitud del problema: la mayoría de los ciudadanos (51,2 %) considera que es difícil comprender la ciencia, y cuatro de cada diez españoles considera que el nivel de educación científica que ha recibido es bajo o muy bajo.
¿Por qué ocurre esto? Mi humilde respuesta, que sin dudas puede estar equivocada y es una simple opinión basada en mi experiencia: ¡las ciencias se enseñan muy mal en los colegios! Muy mal. Se enseña en forma enciclopédica, cargando de conceptos a los estudiantes. Jamás se les cuentan historias, y los saberes se encuentran absolutamente compartimentalizamos cuando, en realidad, todo está conectado. Además, se excluyen a muchos participantes, olvidando que la ciencia es colectiva y que no solo está hecha por científicos hombres. Se pierde de vista que la alfabetización científica implica que los alumnos conozcan la naturaleza de la ciencia y los fundamentos de cómo se genera el conocimiento científico, siendo importante que no solo aprendan conceptos, sino que adquieran competencias relacionadas con el modo de hacer y pensar de la ciencia.
2 ¿Qué podemos aportar en este sentido? Enseñemos cómo y quiénes generan el conocimiento, los experimentos, los fracasos. En este post puedes encontrar algunos tips. Hagamos foco en el desarrollo del pensamiento crítico, perspectiva de género en ciencias, historia de la ciencia y una visión de la ciencia como proceso que está en constante producción de conocimiento y no como producto, acabado, sin posibilidad de cambios. Hagamos énfasis en el hecho de que en ciencia toda verdad es provisional. Las verdades científicas no son inmutables, y como todo el conocimiento, son provisionales mientras no haya una mejor explicación que las sustituya. Esto les permitirá no solo poder comprender cómo funciona la ciencia sino lidiar con situaciones de incertidumbre cómo las que vivimos actualmente, donde estamos viendo en tiempo real “cómo funcionan” los procesos de obtención de conocimiento científico. Avances, retrocesos, reformulación de hipótesis, entre otras cuestiones.
Desequilibrio ambiental
Sin ninguna duda, el desequilibrio ambiental no puede ser ignorado como causa de esta pandemia. Llegamos hasta acá por mero individualismo y ansias de conquista del Capital Natural, desoyendo pequeñas o grandes señales que la Naturaleza nos ha ido brindando a modo de alertas.
Un artículo publicado un mes antes de la declaración de la pandemia de COVID-19, titulado “El desarrollo sostenible debe tener en cuenta el riesgo de una pandemia”, entre diversas cuestiones mencionaba que “el cambio ambiental también tiene consecuencias directas para la salud humana a través de la aparición de enfermedades infecciosas. Y que se ha prestado poca atención a las interacciones entre el cambio ambiental y la aparición de enfermedades infecciosas, a pesar de la creciente evidencia que vincula causalmente estos dos fenómenos. Alrededor del 70% de las Enfermedades Infecciosas Emergentes, y casi todas las pandemias recientes, se originaron en animales (la mayoría en la vida silvestre), y su aparición se debió a interacciones complejas entre animales salvajes y/o domésticos y humanos. (…) La aparición de enfermedades se correlaciona con la densidad de población humana y la diversidad de la vida silvestre, y está impulsada por cambios antropogénicos como la deforestación y la expansión de las tierras agrícolas (…) y el aumento de la caza y el comercio de vida silvestre”.

En su artículo “Riesgo, depredación y enfermedad: Covid-19”, la investigadora Miriam Alfie, puntualiza: “el uso inadecuado de los recursos naturales, la contaminación y la degradación de éstos, nos colocan hoy en una situación incierta. Las repercusiones de nuestras acciones regresan como un boomerang para mostrarnos nuestra terrible vulnerabilidad como sociedad”. Como bien explica, algunas de las características que adquiere esta enfermedad se relacionan con el constante crecimiento de la población y la demanda permanente de recursos naturales. Acciones que tienen dos efectos clave: el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. «Esta necesidad de recursos y la expansión de las actividades económicas fragmentan los ecosistemas y alteran el hábitat de las especies, lo que incrementa la posibilidad de interacción entre ellas. Esta relación forzosa es la causa de muchas enfermedades infecciosas«.
Teniendo en cuenta que las enfermedades zoonóticas son aquellas que se pueden transmitir de animales a seres humanos de manera natural, la autora hace referencia a que “las urbanizaciones rápidas y el crecimiento de la población provocan que las personas tengan un contacto más directo con especies de animales a las que nunca se habían aproximado. (…) Las acciones antropogénicas crean las condiciones para que las infecciones se extiendan al reducir las barreras naturales que existen entre los animales huéspedes de los virus, que es donde éstos circulan originariamente”.
En un libro publicado en el año 2012, el periodista e investigador de temas científicos, David Quammen pronosticó con gran similitud lo que estamos viviendo. Bajo el título Spillover: Animal Infection and the Next Human Pandemic, que podría traducirse como “derrame, o desbordamiento: infecciones animales y la próxima pandemia humana”, describía la propagación de enfermedades de animales a humanos y explicaba que la próxima gran pandemia sería causada por un virus zoonótico proveniente de un animal silvestre con el que los humanos estarían en contacto en algún mercado de China. En el libro apunta cómo los humanos arrasamos con los ecosistemas debido a las actividades extractivas; matamos animales o los encerramos en jaulas y los enviamos a mercados; desequilibramos los ecosistemas y liberamos los virus de su huésped original.
Pero los animales en sí no son los responsables. Nos cansamos de leer artículos donde se buscaba un culpable: murciélagos, pangolines y muchos otros fueron señalados con el dedo por miles de personas, cuando simplemente se trata de criaturas maravillosas, seres vivos con cualidades únicas inocentes en este desastre.
Además, el surgimiento de enfermedades no es la única consecuencia negativa. “(…) Con la pérdida de biodiversidad, también se pierden beneficios y servicios ambientales. Si decrece la diversidad biológica, disminuyen los escenarios de la seguridad sanitaria y alimentaria del ser humano ya que cada especie es una biblioteca genética que puede albergar múltiples recursos beneficiosos para la humanidad”, según refieren en una enorme recopilación de artículos realizada por la Academia de Ciencias de Nicaragua.
3 ¿Qué podemos aportar en este sentido? Enseñemos Ecología (una ciencia, con objeto de estudio y metodología científica) o valgámonos de ella si somos profes de otras disciplinas. Pero no nos limitemos a hacer ecologismo en las aulas, es decir, activismo social ambiental. Reciclar y reutilizar es fantástico, pero hay que ir un poco más profundo. Es importante que los estudiantes entiendan cómo nuestras acciones tienen impacto. Enseñar cómo funcionan los ecosistemas, cómo son las interrelaciones entre sus componentes bióticos y abióticos desde las diferentes disciplinas y observar qué servicios brindan a todos los seres vivos, les permitirá saber cómo se mantienen los equilibrios ecosistémicos y también, cómo nuestras acciones los perturban. Hacer foco en que nuestras acciones individuales y sociales tienen repercusiones en los sistemas naturales que nos mantienen y, de igual manera, nuestros entornos nos definen culturalmente. Por eso los cambios que ocurren en ellos y la forma en como nos apropiamos de los recursos traen consigo consecuencias en nuestro estilo y calidad de vida.
Es importante no perder una posibilidad extraordinaria de transformar esta pandemia, esta crisis humanitaria, en una posibilidad de cambio.
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Nota: gran parte de las reflexiones volcadas en este artículo, no solo son producto de lectura y análisis personales, sino de infinitas charlas sobre nuestras prácticas educativas que comparto con mi amiga y colega, profe de Biología, Florentina Delaygue, de quien constantemente aprendo y a quien quiero agradecer.
Bibliografía consultada
- Melina Furman y María Eugenia de Podesta (2009). La aventura de enseñar ciencias naturales Editorial: Aique.
- Guadalupe Nogués (2019). Pensar con Otros: Una guía de supervivencia en tiempos de posverdad. Editorial ABRE CULTURA.
- Miriam Alfie (2020). Riesgo, depredación y enfermedad: Covid-19. Sociológica, año 35, número 100, mayo-agosto de 2020, pp. 67-96.
- COVID-19, el caso de Nicaragua. Aportes para enfrentar la pandemia Segunda Edición 2020. ACADEMIA DE CIENCIAS DE NICARAGUA.
- Liliana María Gomez Luna. (2020). El desafío ambiental: enseñanzas a partir de la COVID-19. Revista Médica de Santiago de Cuba. Vol 24, Nº 4.
- Entender la infodemia y la desinformación en la lucha contra la COVID-19. Hoja Informativa de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
- Heidi J. Larson (2018) The biggest pandemic risk? Viral misinformation Nature 562, 309.
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