La educación ambiental como herramienta transformadora

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Seamos francos, a esta altura todos hemos sido testigos del impacto que tenemos sobre nuestro planeta. Sus consecuencias las observamos a diario sobre las tierras, ríos, mares, glaciares, atmósfera, ecosistemas y sobre los otros seres vivos. Esta crisis ecológica global pone en jaque nuestro sistema económico, social, cultural… pone en jaque a nuestra civilización. Y no es algo que vaya a pasar en miles de años, ya lo estamos padeciendo. ¿Quién puede tener alguna duda?

Algunas personas marcaron el camino alternativo al desastre ya hace tiempo. En 1987, se publicó un informe elaborado por una comisión de Naciones Unidas encabezada por la doctora Harlem Brundtland, entonces primera ministra de Noruega. Originalmente, se llamó ‘Nuestro Futuro Común’ (Our Common Future, en inglés) y allí se utilizó, por primera vez, el término desarrollo sostenible. “Está en manos de la humanidad asegurar que el desarrollo sea sostenible, es decir, asegurar que satisfaga las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las propias”, decía.

Aunque para algunos el término ‘desarrollo sostenible’ resulte un oxímoron, es la mejor idea que tenemos para el futuro. Sin embargo, 37 años después, no hemos hecho ni caso. Es evidente que tenemos varios problemas globales que, si queremos permanecer sin dejar a nadie atrás, tendremos que abordar a nivel individual, colectivo y global. El cambio climático, la disponibilidad de agua potable, la desertización, la destrucción de la capa de ozono, la generación de residuos y la destrucción de la biodiversidad son algunos de los desastres que tenemos que solucionar. Y rápido.

Créditos: pixibay.

La realidad es que seguimos inmersos en un sistema insostenible del que no sabemos cómo salir. A pesar de disponer de información científica de expertos seguimos dando vueltas sin rumbo, incapaces de trasformar nada. Negamos, nos echamos la culpa unos a otros, estamos asustados y confundidos y nos quedamos cruzando los dedos a la espera de no sé qué solución galáctica o mágica. Definitivamente este comportamiento es suicida (o arrogante si eres un negacionista climático).

Tomar conciencia

Frente a este problema tan inmenso, ¿qué hacemos? Dejando la ‘culpa climática’ y los mensajes apocalípticos a un lado, Andreu Escriva,  en su libro ‘¿Y ahora yo que hago?’, nos sugiere algunas ideas para experimentar, aprender y compartir: hablar y pensar sobre el cambio climático, implicarse y/o apoyar a movimientos activistas por el clima, promover comportamientos ambientalmente responsables en tu trabajo, revisar tu consumo, ahorrar energía y disminuir al máximo los residuos que generes. Todas estas acciones recaen sobre la actitud individual de las personas pero pienso que hay una que sí puede ser transformadora y determinante para el cambio real. Y es la educación ambiental.

Tomar conciencia frente a la conservación del medio ambiente donde se promuevan valores y actitudes positivas que contribuyan al uso racional de los recursos naturales es una de las definiciones que dan Pineda Cipagauta y Prieto González (2018) sobre la educación ambiental.

Cuando hablamos de educación ambiental, no hablamos de salir al aire libre, hacer algo recreativo o una visita turística ‘verde’.  La educación ambiental debería ser vista como una herramienta con la que podamos afrontar los problemas ambientales, para generar conciencia y compromiso y ayudarnos a entender que todos formamos parte de un todo.

No es algo estático sino que ha evolucionado en paralelo a cómo lo hace el medio ambiente y la percepción social que se tiene de éste. La educación ambiental no se constituye como un mero traspaso de conocimientos teóricos, sino que se basa en un aprendizaje activo que se encuentra en continuo cambio y debería estar orientada a la resolución de problemas. De poco sirve la educación ambiental si no desemboca en la acción y, para ello, hay que incentivar la participación.

Créditos: pixibay.

Educar en valores

En el siglo XX se empezó a tomar conciencia de la vulnerabilidad de la naturaleza y, es precisamente sobre esa vulnerabilidad, sobre la que se deben desarrollar los valores medioambientales.

La educación en valores, desde una perspectiva ambiental, se enfoca también en la sostenibilidad, cuyo fin es, como dijimos más arriba, no comprometer la capacidad medioambiental de las generaciones futuras. En este sentido, debemos tener en cuenta que cualquier decisión ambiental puede desencadenar consecuencias insospechadas en otros lugares.

Según Gowin, «para educar verdaderamente acerca del medio ambiente se necesita más que conocer sólo los hechos, se requiere una interacción entre pensar, sentir y actuar».

La educación ambiental, el ‘último orejón del tarro’

Ser ‘el último orejón del tarro’ es una frase argentina y uruguaya que significa ‘dejar de lado’, ‘no tener en cuenta’ o ‘postergar’. Y esto es lo que veo que pasa con la educación ambiental. Así como la educación en valores, humanidad, respeto por nosotras mismas y por el resto de los seres vivos. Se posterga, se minimiza, no hay tiempo para esto es nuestra forma de vida actual. Y así nos va.

Urge incorporar la educación ambiental como tema transversal a los programas educativos formales. Necesitamos una reforma educativa basada en 3 ejes principales: el desarrollo de valores, la enseñanza práctica de los conceptos, y actividades dirigidas a la participación.

La educación medioambiental en el futuro

Hace varios años ya, Edgard Morin estableció que existen siete saberes esenciales que debería abordar la educación del futuro en cualquier cultura y sociedad. Estos son:

  1. Reconocer las cegueras del conocimiento: el error y la ilusión. Todo conocimiento conlleva el riesgo del error y de la ilusión. La educación del futuro debe afrontar el problema desde estos dos aspectos: error e ilusión.
  2. Los principios del conocimiento pertinente. Es necesario promover un tipo de conocimiento que aborde los problemas globales, enseñando métodos que permitan aprender de las relaciones entre distintos países y culturas en un mundo tan complejo.
  3. Enseñar la condición humana. Es necesario que todo ser humano sea capaz de tomar conciencia de su identidad individual y de su identidad común frente a todos los demás seres humanos.
  4. Enseñar la identidad planetaria. Ampliar la mirada a una identidad terrenal que nos ayude a reconocer la crisis que sufre actualmente y trabajar para enseñar la intersolidaridad entre las partes del mundo.
  5. Enfrentar las incertidumbres. Se debe enseñar para preparar nuestras mentes para esperar lo inesperado y poder afrontarlo.
  6. La enseñanza de la comprensión. El planeta necesita atención en todos los sentidos. Se requieren métodos de enseñanza-aprendizaje que fomenten el análisis de los problemas medioambientales con enfoques críticos, reflexivos y analíticos.
  7. Ética del género humano. La ética no puede enseñarse con lecciones de moral. Debe formarse en las mentes a partir de la conciencia que el ser humano tiene de ser al mismo tiempo individuo, parte de una sociedad y parte de una especie.

Si hay algo que no podemos negar es que somos parte de la Naturaleza y vivir en armonía con nuestro entorno es vital. Tenemos en nuestras manos los retos más gordos de nuestra historia. Empecemos hoy, empecemos ya.

Bibliografía consultada

  • Pineda Cipagauta, J., & Prieto González, G. (2019). La educación ambiental en la enseñanza y aprendizaje en la educación básica. RASTROS Y ROSTROS DEL SABER, 3(4), 25-32.
  • Informe Hacia una Educación para la Sostenibilidad. 20 Años después del Libro Blanco de la Educación Ambiental en España.
  • Edgar Morin. 1999. Los Siete saberes necesarios para la educación del futuro. https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000117740_spa

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"La educación ambiental como herramienta transformadora." Acerca Ciencia [Online]. Available: https://www.acercaciencia.com/2021/02/03/la-educacion-ambiental-como-herramienta-transformadora/. [Accessed: 19 marzo, 2024]

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