Corría el año 1667 en Bélgica, y un pionero de la experimentación dejaba plasmada en una de sus obras una receta que resultaba infalible para “fabricar ratones”. Jan Baptiste van Helmont, muy apegado a la teoría de la generación espontánea, describía con detalles cómo podía lograrse semejante hazaña. La historia que están a punto de leer no solo muestra algo que hoy nos resulta gracioso e increíble, sino el hecho de que, a veces, los experimentos pueden ser ingeniosos pero estar diseñados para reforzar determinadas hipótesis en lugar de ponerlas a prueba. También que, en ocasiones, las personas que hacen ciencia sostienen ideas equivocadas.
Una teoría arraigada por 1500 años
Desde que los seres humanos aparecieron sobre la faz de la Tierra han intentado explicar cómo se originó la vida en ella y de dónde provienen los seres vivos, planteando diferentes hipótesis. Algunas de ellas han sido refutadas, el creacionismo, y la generación espontánea, entre las más conocidas. Otras, por su parte, son la explicación contemporánea que permanece vigente.
La generación espontánea es una de las ideas más antiguas sobre el origen de la vida. Sostiene que los organismos surgen de forma espontánea bajo ciertas condiciones. La idea fue planteada inicialmente en el siglo V a. de C. por los científicos griegos Anaximandro y Tales de Mileto. Ellos creían que la vida se originaba en el lodo, de la combinación de fuego y agua o de cualquier otra combinación de elementos, pero sin la intervención de los dioses. Más tarde, otros filósofos griegos consideraron que la vida era resultado de la combinación de elementos no vivos más la energía procedente de los rayos del Sol. En el siglo IV a. de C., Platón y Aristóteles respaldaron la idea que la vida surgía a partir del rocío, el agua de mar, el sudor o los suelos húmedos, y también que la interacción de la materia no viva se debía a una fuerza supernatural a la que Aristóteles llamó entelequia, capaz de dar vida a lo que carecía de ella.
En Oriente, Chuang Tsu (siglo IV a.C.), contemporáneo de Aristóteles, dejó en sus textos una de las más antiguas referencias sobre el transformismo de los seres vivos, es decir, el origen de la vida por generación espontánea.
La teoría de la generación espontánea mantuvo vigencia por más de 1500 años, durante los cuales la Iglesia la ligó al concepto de vitalismo, del que se desprendía la idea de que el origen de la vida se debía, además, a una fuerza vital o soplo divino.
En los escritos de la Edad Media predominan ideas extravagantes y llamativas al respecto que siguieron repitiéndose en los siglos venideros. Así lo plasmó en su libro el naturalista francés Claude Duret a principios del siglo XVII, mediante una ilustración donde mencionaba que algunas hojas de árboles en Escocia, según cayeran al agua o en tierra firme, a veces daban pescado y, otras veces, patos.

Retrato de Claude Duret en su Histoire admirable des plantes (1605). Fuente: wikimedia commons.
La generación espontánea fue una hipótesis, una idea propuesta para intentar explicar de dónde provenía la vida que perduró hasta el siglo XIX. Hoy sabemos que solo los organismos vivos pueden dar origen a otros organismos vivos.
Un inventor de palabras
Cómo muchos de sus contemporáneos, Jean-Baptiste van Helmont, nacido en 1580, en Bruselas, era adepto a la teoría de la generación espontánea. Proveniente de una familia adinerada de la nobleza terrateniente, incursionó en una gran cantidad de ramas científicas. Una de ellas fue la medicina, área de la cual obtuvo un doctorado en 1599.
Insistió en que el conocimiento del mundo natural solo podía obtenerse mediante la experimentación. Muchos de sus tratados hablan de la refutación de puntos de vista comunes y la evidencia experimental de sus propios puntos de vista. Rechazó las ideas de los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego) de Aristóteles y los tres principios (sal, mercurio y azufre) de Paracelso (recibidos de los alquimistas árabes). Para él, los únicos elementos verdaderos eran el aire y el agua, y demostró que estos no eran intercambiables, como algunos pensaban.
Entre sus numerosos experimentos relacionados con la química, observó que en ciertas reacciones se liberaba un fluido «aéreo», y así demostró que existía un nuevo tipo de sustancias con propiedades físicas particulares, a las que denominó gases (del griego Χάος), introduciendo de esta forma la palabra «gas» en el vocabulario de la ciencia.

Estatua de Jean-Baptiste van Helmont; escultura de Gerard Vander Linden, zócalo del arquitecto Louis Delacenserie; inaugurado en 1889. Place du Nouveau Marché aux Grains, Bruselas. Fuente: wikimedia commmons.
Gran experimentador
Van Helmont fue el fundador de la escuela iatroquímica que buscaba explicaciones químicas de los fenómenos vitales y es reconocido actualmente como el «padre de la bioquímica». Se dio cuenta de que la sustancia que se libera al quemar carbón (lo que hoy conocemos como dióxido de carbono) era la misma que la producida durante la fermentación del mosto o jugo de uva.
También es muy conocido por sus experimentos sobre el crecimiento de las plantas. Este científico consideraba al aire y al agua como los elementos básicos del Universo y a ésta última como el principal constituyente de la materia. Creyó probada su hipótesis cuando al cultivar un árbol con una cantidad medida de tierra y adicionando únicamente agua durante un período de cinco años, el árbol aumentó su masa en 76 kilogramos, mientras que la tierra disminuyó la suya en tan sólo 50 gramos. Supuso, erróneamente, que el árbol había ganado masa sólo por el agua que había tomado, sobre todo de las lluvias. Más allá de este error, su experimento, publicado en 1648, es considerado el primer experimento de biología cuantitativa que cambió nuestra comprensión del crecimiento de las plantas.
La receta
Hasta el siglo XIX, la idea de la generación espontánea fue muy difícil de desterrar y de contradecir ya que la experiencia demostraba que insectos u otros organismos aparecían en el barro o en la comida en descomposición. Como buen experimentador, Van Helmont realizó una experiencia para demostrar la existencia de este fenómeno que quedó registrada en su obra Ortus Medicinae, de 1667.



Portada, segunda página y fragmento con la receta de Ortus medicinae : id est initia physicae inaudita progressus medicinae nouus, in morborum ultionem ad vitam longam (1655) – Helmont, Jean Baptiste Van. «Origen de la medicina»: un compilado de sus escritos publicado luego de su muerte por su hijo Francis Mercurius.
He aquí la magistral receta para «fabricar ratones»:
«… Las criaturas como los piojos, las chinches, las pulgas y los gusanos son nuestros miserables huéspedes y vecinos, pero nacen de nuestras entrañas y excrementos. Porque si colocamos ropa interior llena de sudor con trigo en un recipiente de boca ancha, al cabo de veintiún días el olor cambia, y el fermento, surgiendo de la ropa interior y penetrando a través de las cáscaras de trigo, cambia el trigo en ratones. Pero lo que es más notable aún es que se forman ratones de ambos sexos y que éstos se pueden cruzar con ratones que hayan nacido de manera normal… pero lo que es verdaderamente increíble es que los ratones que han surgido del trigo y la ropa íntima sudada no son pequeñitos, ni deformes ni defectuosos, sino que son adultos perfectos…”.
La receta resultaba infalible, más allá de que los ratones «resultantes» no se creaban, sino que simplemente llegaban al recipiente. Nadie duda de que era un gran científico y experimentador, pero probó la fórmula de crear ratones mediante un experimento con fallas donde muchas cuestiones no estaban controladas.
El trío que derribó la teoría
Sólo mediante experimentos controlados se pudo desechar la vieja hipótesis de la generación espontánea, pero para eso tuvieron que pasar dos siglos.
En el siglo XVII, la aparición de gusanos en la carne se consideraba evidencia de generación espontánea. En 1668, el italiano Francesco Redi, en desacuerdo con las ideas antiguas, llevó adelante un experimento sencillo y crucial: tomó tres frascos y puso en ellos trozos de carne fresca; dejó abierto uno, tapó otro con un trozo de gasa y cerró el tercero con un pergamino. En el primer frasco aparecieron gusanos y moscas; en el segundo surgieron larvas sobre la gasa pero no en la carne, y en el tercero no aparecieron larvas ni moscas, ni sobre el pergamino ni en el interior de los frascos. Con tal resultado se hizo evidente que la vida no surgía de la materia inerte.
Tiempo después, Lazzaro Spallanzani, un profesor italiano, se sumó a la disputa de intentar refutar la teoría de la generación espontánea, poniendo a prueba los experimentos del inglés John Needham, ferviente defensor de dicha teoría.
Finalmente, en el siglo XIX, el científico francés Louis Pasteur refutó definitivamente la teoría de la generación espontánea con un experimento muy elegante e ingenioso. Utilizó matraces “cuello de cisne”, en los que colocó un caldo con nutrientes que hirvió por mucho tiempo. No cerró los matraces y los dejó así por meses, durante los cuales el caldo no sufrió alteraciones; pero bastaba romper los cuellos o inclinar los matraces para que en poco tiempo aparecieran microorganismos. Pasteur concluyó que por la acción del calor mueren todos los microorganismos —lo que dio lugar a la pasteurización— y que no podían aparecer sin la contaminación de otros gérmenes del aire.
Aunque suene extraño, es importante recordar que para que la vida exista, al principio de la historia de la Tierra, la generación espontánea tuvo que haber tenido lugar, al menos una vez. ¿Cómo empezó, entonces, la vida? Hoy hay dos explicaciones posibles: la quimiosíntesis y la panspermia. La primera de ellas postula que la formación de los primeros compuestos orgánicos tuvo lugar a partir de sustancias inorgánicas. Estas moléculas orgánicas luego se agruparon formando asociaciones cada vez más complejas a partir de las cuales, con el paso del tiempo, se originaron las primeras células. La panspermia sugiere que la vida se originó en el espacio y los primeros seres vivos fueron esporas y bacterias que llegaron a la Tierra en meteoritos que chocaron con ella, procedentes de algún planeta donde había vida.
En ciencia, siempre que encontramos respuestas se generan muchas más preguntas.
Bibliografía consultada:
- Ortus medicinae : id est initia physicae inaudita progressus medicinae nouus, in morborum ultionem ad vitam longam (1655.) – Helmont, Jean Baptiste Van, 1577-1644. Internet Archive digital Library.
- Curtis. Biología. 7ma Ed. (2008). Helena Curtis, Barnes, Schnek & Massarini. Ed. Médica Panamericana.
- BIOLOGÍA. La ciencia de la vida. 2da Edición. 2012. McGrow Hill.
- Biología 9na Edición. (2013). Teresa Audesirk, Gerald Audesirk, Bruce E. Byers.
- Allot, Mindorf, Azcue. Biología, edición española (2015). Oxford, University Press.
- www.secret-bases.co.uk
- www3.gobiernodecanarias.org/aciisi/cienciasmc/web/biografias
- Jean Baptiste van Helmont (1577-1644) – Neurological stamp.
- Parke, E. C. (2014). Flies from meat and wasps from trees: Reevaluating Francesco Redi’s spontaneous generation experiments. Studies in History and Philosophy of Science Part C: Studies in History and Philosophy of Biological and Biomedical Sciences, 45, 34–42. doi:10.1016/j.shpsc.2013.12.005
- www.leidenartsinsocietyblog.nl/articles/spontaneously-generating-fish
- Histoire admirable des plantes et herbes esmerveillables & miraculeuses en nature … par M. Claude Duret,…Duret, Claude (1570?-1611).
- www.britannica.com/biography/Jan-Baptista-van-Helmont