Pensemos en la merienda de una soleada tarde de verano en el campo…
Sacamos nuestra ensalada fresquita con su lechuga, cebolla y tomates bien aliñados. Nada más probar el tomate, notamos que es como morder una esponja llena de agua, no sacamos ningún sabor del suculento vegetal. Lo primero que nos viene a la mente: “estos tomates ya no son como los de antes, ni huelen, ni saben a nada, ¡Son trasngénicos!”. Nada más lejos de la realidad. La razón por la cual los tomates que a día de hoy podemos encontrar en los grandes establecimientos no tienen aroma ni sabor, es debido a dos factores importantísimos de su comercialización. El primero de ellos, la necesidad de que llegue el tomate fresco a la mesa; para lo cual es necesario recoger los frutos de la planta cuando aún están verdes y madurarlos en cámaras frigoríficas. Como consecuencia, no acumulan azúcares y no tienen suficiente sabor. La otra razón deriva de los gustos del consumidor, que ha seleccionado siempre aquellos tomates en tienda que son redonditos y sin ningún tipo de defecto a la vista. Para conseguirlo, los agricultores han tenido que ir seleccionando aquellas variedades de tomate que presentaran total uniformidad en sus frutos, mediante cruzamientos y cruzamientos entre diferentes plantas, logrando esa uniformidad, pero perdiendo en ese proceso de selección los genes del tomate implicados en la acumulación de compuestos organolépticos deseables en el fruto, como el sabor o el aroma.
Pasamos al postre, una refrescante sandía bien fría. La abrimos y lo primero que podemos observar es que no tiene ni una sola pepita: “esta sí que sí, tiene que ser una sandía trasngénica”. De nuevo, cometemos un error y culpamos a los cultivos transgénicos de aquello que desconocemos. La sandía sin semillas se obtiene gracias a la utilización de un compuesto químico denominado colchicina, ya que procede del azafrán silvestre, Colchicum autumnale, el cual actúa sobre la división celular de los gametos de las flores de la sandía, provocando la formación de semillas con un mayor número de cromosomas y, por lo tanto, inviables (no llegan a formarse por completo).
Entonces, ¿qué es un organismo transgénico?, ¿dónde podemos encontrarlo en nuestro día a día?
Los organismos transgénicos son aquellos que “han sido modificados mediante la adición de genes exógenos para lograr nuevas propiedades” (RAE), a diferencia de los organismos modificados genéticamente (OMGs) que son aquellos cuyo genoma ha sido modificado por técnicas no naturales. Por lo tanto, todos los transgénicos son OMGs, pero no todos los OMGs son transgénicos. La diferencia parece sutil, aunque a nivel molecular es importante; en un caso, se introduce una nueva secuencia que no estaba anteriormente en el genoma y en general proviene de una especie no emparentada sexualmente, en el otro, -OMGs- se modifica una secuencia que ya existe en el genoma.
Por ejemplo, el famoso arroz bomba de las paellas valencianas es el resultado de una mutagénesis inducida (producción de mutaciones) sobre otra variedad de arroz antigua, modificando la forma del grano y sus propiedades organolépticas, por ello, sería un OMG, pero no un cultivo transgénico. Por otro lado, en el caso de los organismos transgénicos, pensemos en lo que ocurre con los injertos que se realizan en numerosos frutales, donde se mezclan, ya no genes, sino genomas completos de especies totalmente diferentes, por lo tanto, un frutal injertado sería un organismo transgénico ¡a lo bestia!, pero realmente no se considera un organismo transgénico, puesto que esa denominación conlleva en Europa un grave perjuicio para su comercio, más que un concepto científico al uso.
Agricultura y algo más
Debemos partir de la idea de que la agricultura en sí misma se basa en la propia modificación genética de las plantas. El hombre durante miles de años ha ido cruzando diferentes variedades, e incluso especies, para obtener los cultivos productivos que tenemos a día de hoy. El caso del maíz representa un buen ejemplo de este proceso antropogénico. El teosinte es la planta originaria de los actuales maíces, ampliamente cultivados por todo el mundo, esta planta es significativamente más grande que las actuales y produce espigas de escasos centímetros, con apenas diez granos de difícil extracción. Han tenido que suceder varios siglos de cruces y cruces dirigidos por los agricultores mesoamericanos para lograr el maíz que actualmente podemos observar en nuestros campos. Pero aún más curioso es el caso del trigo; en la actualidad se utiliza el denominado como trigo harinero (Triticum aestivum), este cultivo es el resultado de la hibridación entre dos especies de Triticum silvestres, formando una planta con dos juegos de cromosomas y, a su vez, de la hibridación de este híbrido con otra especie silvestre más, obteniendo la especie con tres juegos completos de cromosomas que se cultiva a día de hoy. El trigo actual no tiene un gen de otra especie, tiene tres genomas completos de tres especies diferentes.
Entonces, ¿podemos encontrar realmente transgénicos en nuestro día a día? ¿un tomate? ¿una lechuga? ¿un pimiento?
Viviendo en España, se diría que es absolutamente imposible. En la Unión Europea se prohíbe totalmente el cultivo de plantas transgénicas en agricultura, a excepción del maíz Bt (con actividad insecticida), legalizado en 1998 y cuyo cultivo se sitúa casi en su totalidad en España. Por lo tanto, podríamos pensar que, si no cultivamos transgénicos, tampoco los consumimos… de nuevo un error, y a la vez un tremendo sinsentido europeo. Ejemplos de organismos transgénicos que se utilizan día a día en Europa los tenemos simplemente en las enzimas que presentan los detergentes de nuestras lavadoras, obtenidas de bacterias transgénicas, o las hormonas necesarias para que muchas personas puedan seguir con vida cada mañana, como son la insulina o la hormona del crecimiento, también procedentes de bacterias transgénicas. Pero en el caso de las plantas tampoco lo tenemos tan lejos, aunque en la UE no se permite el cultivo de este tipo de plantas, se fabrican los billetes de la “moneda única”, los euros, con algodón transgénico e importado, al igual que toda la ropa fabricada en Asia. O en la crisis del ébola, cuando se detectaron varios casos del virus en territorio europeo, hubo que sintetizar una vacuna frente al virus, ¿cómo se hizo?… mediante la creación de una planta de tabaco transgénica.
Está claro que el uso de cultivos transgénicos supone más un beneficio que un perjuicio para la humanidad. Simplemente debemos tomar los datos de porcentajes de producción mundial al año de los diferentes cultivos agrícolas, siendo transgénicos el 83% de la soja, el 75% del algodón, el 29% del maíz o el 24% de la colza. Por lo tanto, no debemos cometer el error de imaginar que en nuestra alimentación europea no se encuentran este tipo de cultivos transgénicos, aunque no sea de forma directa, pensemos que todo el pienso animal de nuestra ganadería se basa en soja y maíz importados y, por supuesto, transgénicos.
Queda claro que es imprescindible plantear en la UE un nuevo modelo productivo agrícola donde se permita el cultivo de plantas transgénicas, o Europa quedará a la cola mundial en producción de alimentos.
En España, en la última Encuesta de Percepción Social de la Ciencia (en al año 2016; la próxima se realizará en el presente año 2018), realizada por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) del Ministerio de Ciencia Innovación y Universidades, se hicieron interesantes preguntas a los ciudadanos españoles sobre este “problema”. El 21,3% de los encuestados piensa que “cuando una persona come una fruta modificada genéticamente sus genes también pueden modificarse”. Si cada vez que comemos cualquier alimento adquiriésemos sus genes, seríamos monstruos andantes, porque, a pesar de lo que se piense, todos los organismos vivos están llenos de genes, precisamente en ello se basa la vida. Por otro lado, el porcentaje de personas que apreciaban mayor número de perjuicios que de beneficios en el cultivo de plantas modificadas genéticamente era el más elevado, con un 33,4% de los encuestados. Ante tales resultados, se hace imprescindible mostrar a la sociedad, no sólo la necesidad absoluta de introducir los cultivos transgénicos en nuestras vidas, sino también los enormes beneficios que podemos obtener de ello a nivel de consumidores, pero también, para los agricultores y distribuidores.
Por indicar alguno de los ejemplos que mayores beneficios pueden repercutir para la humanidad en el campo de los cultivos transgénicos, destacar el denominado como “arroz dorado”. En muchos países en vías de desarrollo, el arroz representa su mayor fuente de alimento (e incluso la única), debido a la falta de recursos económicos, lo que hace prácticamente imposible el poder consumir frutas, verduras o productos de origen animal. Esta pobre alimentación provoca déficits nutricionales, como es el caso de la vitamina A, implicada en la visión o el sistema inmune. Su ausencia provoca la muerte a nivel mundial de hasta un millón de niños, junto con la ceguera de más de 250.000. Para evitar ese déficit nutricional, investigadores, sin ningún tipo de ánimo de lucro, han logrado introducir en el genoma del arroz genes de otras especies vegetales y microorganismos, consiguiendo la acumulación, en sus granos, de los carotenos que nuestro cuerpo necesita para sintetizar la vitamina A. De forma similar se ha conseguido también la obtención de “plátano dorado”, para algunas zonas tropicales. Pero aún más de actualidad se sitúa la obtención de trigo libre de gluten, el cual ha sido desarrollado por investigadores españoles del Instituto de Agricultura Sostenible de Córdoba.
Por lo tanto, debemos pensar que, si en 30 años la población mundial va a aumentar hasta los 9 mil millones de personas, vamos a necesitar de nuevas tecnologías como los cultivos transgénicos para poder alimentar a toda esa población, sino estaremos dejando a nuestros hijos un mundo de hambre y muerte. Los beneficios de las plantas transgénicas quedan claros con los variados ejemplos de éxito que se conocen día tras día. Entonces ¿por qué seguimos rechazando los cultivos transgénicos en Europa?…
La ciencia que no es divulgada hacia la sociedad, es como si no existiera.
Referencias Bibliográficas
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-VIII Encuesta de Percepción Social de la Ciencia, FECYT, 2016.